viernes, marzo 25, 2005

Uno

Sabes quién soy, ¿verdad? – me dijo.
Era la primera vez que se dirigía a mi desde que había llegado a su casa. Él, sentado en la mesa de la cocina; ambos esperando a su padre. Lo miré. Un halo de luz tocaba su cabellera, dejando apreciar el destello dorado que tanto me presumieron. Los rizos de su cabello enmarcaban un rostro blanco, pálido.
– le dije.
Sabía a lo que se refería. Desde que inicié una amistad íntima con su familia, había empezado a sacar deducciones sobre los bizarros acontecimientos que les sucedían. Estaba conciente que él no era un niño común. Científicamente, es imposible que un infante de 3 años pudiera saltar desde un segundo piso sin salir gravemente herido. Él era extraño. No emitió sonido alguno con mi respuesta, como si en ella hubiera encontrado lo que buscaba. Mantuvo un rato la mirada perdida en el frío mármol que cubría el piso del lugar en el que estábamos. Podría jurar que en su pequeña cabecita estaba ocurriendo toda una revolución en la que trataba de comprender la situación en la que se encontraba.
¿Quién soy? – me preguntó en tono fuerte.
En su voz había algo diferente; era un poco más grave. Volteó, me observó con esas penetrantes flamas azules. Si en algo se parecía a su padre, era en esa mirada que me hacía sentir vulnerable y desprotegido. Me causó miedo.
Eres el enviado – murmuré. – Entonces, sabes cuál es mi misión, ¿no es así?
Continuó mirándome. Sentía cómo sus ojos intentaban leer mi mente. Quería escudriñar cada rincón de ella buscando toda la información que había obtenido, todas las conclusiones a las que había llegado.
La sé...¿De qué lado estarás?
No podía elegir un bando. Era una guerra en la que un hombre como yo no tenía cabida. Era la batalla entre el bien y el mal. ¿Qué podría yo, un ser humano común, hacer? Entendía lo que estaba apunto de ocurrir. La humanidad entera iba a sufrir el Apocalipsis. Las antiguas culturas lo habían predicho. El fin del mundo estaba cerca, y yo estaba ahí, esa tarde de marzo, junto a uno de los protagonistas principales de esa historia. Tenía terror.
No lo sé... no creo ser yo tan importante para ti, ni para el otro.En este momento, necesito toda la ayuda posible. Puedes ser importante, si así lo deseas – se detuvo un instante para tomar aire, prosiguió – Puedo ofrecerte todo lo que has soñado tener, pero hay algo que quieres que yo no estaré dispuesto a darte.No sé a lo que te refieres... – le dije, retándolo con la mirada. – Él soy yo... somos uno solo – dijo con firmeza.
Sus palabras herían profundamente mi alma. A pesar de yo estar conciente del nexo sanguíneo que los unía, no perdía la esperanza. Yo lo amaba, él era todo para mi.
Creo que ya no tienes nada que hacer aquí. Dentro de poco empezará lo inevitable. Sólo espero no encontrarme contigo, te aprecio. Aún así, no dudaré en matarte.Si en mis manos estuviera detenerte, lo haría sin pensarlo – dije antes de salir.
Volvió a perder su mirada entre el blanco impecable del piso. Tenía fe en poder encontrar la paz antes que su padre llegara.
Sé que no dudarás en hacer lo que tu corazón dicta, de ahí la diferencia entre tu y yo – pensó.

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