lunes, septiembre 25, 2006

Lo que no se supo

Escribir. Pensar; Hablar. Convivir. Sufrir. Estimular. Dormir, comer, sentir... percibir. Todo son verbos, todo son acciones que se hacen sin pensar. No las planeamos, pero son las que nos indican que aún vivimos. En todo este tiempo de ausencia, mucho aconteció en mi vida. Primeramente, las cosas con la escuela se arreglaron. Hablé con el Subdirector Académico de la Institución con el fin de que se me permitiera hacer un examen especial de tipo B, osea una cuarta oportunidad de cursar la misma materia. El 15 de septiembre llegué a los 23 años. El tiempo pasa muy rápido. No fue el mejor de mis cumpleaños, todavía no hay fecha que desplace aquel 15 de septiembre en el cual cumplí 11 años, aquella fecha en la que recibí el regalo más esperado. Quizá, en este aniversario de vida que pasó puedo decir que recibí un buen regalo: un ángel que cuidará de mis pasos, los de mi madre, los de mis hermanos, los de mis tíos, los de toda la familia. Mi abuelo murió un domingo de septiembre, en una habitación sencilla de la Clínica Unión. Lo rodeaban todas aquellas personas que lo amaban con el mismo fervor que él les profesaba. Dicen que justo antes de morir, abrió tanto los ojos como intentando capturar aquella imagen; y un par de lágrimas recorrieron sus mejillas. Yo no alcancé a verlo; el día anterior después de pasar la mañana con él prometí ir a visitarlo más tarde, pero no lo hice. Todavía se le extraña. No me siento mal por no haber ido a despedirlo, estoy conforme por haber estado con él en esos días. Rossy, la amiga de mi mamá, nos contó que mi abuelo fue recibido por Nuestra Madre. Le pidió permiso para quedarse a cuidar a su familia, a la gran familia que formó y a la que tantó amó. Y así le fue concedido su deseo.