Los días santos, mis papás y yo subimos a un cerro, muy cercano a la ciudad, llamado la Cumbre. Ya antes lo había visitado, pero estos días fue algo extraño. Mientras caminaba por el sendero empedrado, comencé a recordar las primeras veces que fuimos. En aquellos tiempos, todos subíamos, cada un a su paso. Yo era el último en subir. Simplemente no tenía la condición para recorrer los casi tres kilómetros y medio. Me acuerdo que Don Gustavo se quedaba conmigo, dándome ánimos para no desistir.
- El chiste está en la respiración... - me decía.El día de hoy, puedo subirla sin problemas. La exploro a un ritmo que ni Don Gustavo ni Doña Tere pueden agarrar. Me siento imparable! Simplemente me siento en la cumbre... allá donde ni el cansancio ni el calor toca mi cuerpo.