La situación es simple. En una de mis clases, en mi nueva escuela, se nos organizó en equipos de trabajo con el propósito de aprender a colaborar con otras personas. La primera ocasión, por fortuna, estuve en el mismo equipo que mi amiga Alejandra; para la segunda ocasión, también me creí afortunado al formar grupo con dos chicas bastante dedicadas. Debo aceptar que yo deseaba convivir con ellas, así como con su núcleo de amigos; nada más porque son el grupo de inteligentes, aquéllos a los que sus demás compañeros llaman "Los Iluminados".
Con los días, fui creando lazos de amistad; o al menos eso creí. Zulema y Grecia realmente eran buenas trabajando, le dedicaban a sus déberes escolares el mismo tiempo que a sus respectivos novios. Cuando estábamos en clases, nos comunicabamos sin problemas. Incluso en ocasiones, llegamos a bromear entre nosotros. No dudaba que había hecho nuevas amigas. Pero luego pasó un incidente que me hirió.
En la misma clase, se nos asignó otro proyecto de investigación en equipo. Ambas, inmediatamente me dijeron que deberíamos hacerlo pronto. "¿Voy a trabajar con ustedes?" cuestioné porque no había entendido si era con el equipo anterior o con uno nuevo. La respuesta por parte de las dos fue sí. De repente, la maestra hizo el comentario que los equipos debían estar formados por la gente que estaba en clase. Y cual si yo no estuviera ahí, tanto Grecia como Zulema miraron a otro compañero para pedirle sea con ellas. Yo las miré perplejo. ¿No me habían dicho minutos antes que yo sería con ellas? Al parecer, se percataron de mi asombro e intentaron hacerme creer que la profesora exigía nuevos equipos. Me sentí traicionado.
Para esto, ya teníamos un proyecto asignado con anterioridad en el que definitivamente yo estaba con ellas. Pues a unos días de entregarlo, les anuncié que tendría que irme a Colima durante el fin de semana así que no podría juntarme para trabajar en el proyecto por lo que, para no causar problemas, me saldría del equipo. No fue así. No hice solo el trabajo, de hecho ni siquiera fui a Colima. Sólo quería dejarlas. No me sentía anímicamente sano para verlas durante el fin de semana por tiempo ilimitado. Por eso preferí abandonarlas. Mas creo que mi error fue formar equipo con Alejandra. Y no es que lo haya planeado así, fue solo cuestión de necesidad. La investigación del proyecto era muy larga, no pude hacerlo en su totalidad, así que preferí unir fuerzas con Alejandra y Rosa. Al darse cuenta Zulema y Grecia, noté en ellas ese aire de traición, aquel que aparece únicamente cuando alguien en quien confiabas te voltea la cara. ¿Mi actitud fue venganza o una vil traición?
jueves, mayo 31, 2007
martes, mayo 22, 2007
La despedida
Siempre pensé que decir adiós era algo sencillo. Tantas veces imaginé aquel momento en que me despedía de mi familia, con mi madre llorando y yo montado en mi papel de víctima. Pero la realidad dista mucho de la fantasía.
Desde el momento en que di la noticia en mi casa, pusieron el grito en el cielo. “¡¿Por qué te quieres ir tan lejos?!” fue lo primero que exclamo mi abuela. Los motivos eran varios. Puerto Vallarta es muy conocido por ser un centro turístico a nivel mundial, sobretodo para los ciudadanos de los países de América del Norte. La simple idea de ir hasta allá para culminar mi meta profesional sonaba maravilloso.
Mi primer plan fue trabajar para mantener mis estudios y la casa que arrendaría. Así que en teoría, no necesitaba de nada más que el apoyo de mi padre para llevarme hasta allá. Pero con el paso de los días, me fueron enseñando con acciones que no importa cuán difícil es para un padre despedir a un hijo, ni siquiera cuando éste va en busca de una oportunidad más para terminar su carrera, después de muchas que tuvo en su ciudad natal.
Así fue entonces, que un jueves por la mañana dejé Colima para aventurarme a terrenos qué conocía poco. Dejé una habitación llena de sueños y fantasías, dejé la casa que me vio crecer. Dejé a la gente que me quiere sin otra razón que el lazo familiar. Dejé amigos; y también lo dejé a él.
Y así, comienza una etapa más...
lunes, septiembre 25, 2006
Lo que no se supo
Escribir. Pensar; Hablar. Convivir. Sufrir. Estimular. Dormir, comer, sentir... percibir. Todo son verbos, todo son acciones que se hacen sin pensar. No las planeamos, pero son las que nos indican que aún vivimos.
En todo este tiempo de ausencia, mucho aconteció en mi vida. Primeramente, las cosas con la escuela se arreglaron. Hablé con el Subdirector Académico de la Institución con el fin de que se me permitiera hacer un examen especial de tipo B, osea una cuarta oportunidad de cursar la misma materia. El 15 de septiembre llegué a los 23 años. El tiempo pasa muy rápido. No fue el mejor de mis cumpleaños, todavía no hay fecha que desplace aquel 15 de septiembre en el cual cumplí 11 años, aquella fecha en la que recibí el regalo más esperado.
Quizá, en este aniversario de vida que pasó puedo decir que recibí un buen regalo: un ángel que cuidará de mis pasos, los de mi madre, los de mis hermanos, los de mis tíos, los de toda la familia. Mi abuelo murió un domingo de septiembre, en una habitación sencilla de la Clínica Unión. Lo rodeaban todas aquellas personas que lo amaban con el mismo fervor que él les profesaba. Dicen que justo antes de morir, abrió tanto los ojos como intentando capturar aquella imagen; y un par de lágrimas recorrieron sus mejillas. Yo no alcancé a verlo; el día anterior después de pasar la mañana con él prometí ir a visitarlo más tarde, pero no lo hice. Todavía se le extraña. No me siento mal por no haber ido a despedirlo, estoy conforme por haber estado con él en esos días.
Rossy, la amiga de mi mamá, nos contó que mi abuelo fue recibido por Nuestra Madre. Le pidió permiso para quedarse a cuidar a su familia, a la gran familia que formó y a la que tantó amó. Y así le fue concedido su deseo.
martes, junio 27, 2006
martes, junio 06, 2006
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